lunes, 11 de abril de 2011

“Paisajes domésticos: la terapia de los rincones”.

He crecido con una madre a la que le horrorizan los “rincones”. Pero no cualquier tipo de rincones, no, sino esos rincones particulares en los que acumulamos todo tipo de trastos y cosas inservibles en el momento presente, pero que tal vez en alguna ocasión tenemos la visión o la esperanza de que nos puedan servir.

Imagina, mi madre odiaba los “rincones” en una casa de 90m2, donde vivíamos cinco personas (y a veces seis, con mi abuela cuando le tocaba). Yo, que –a día de hoy- me he de considerar afortunada por haber conseguido hipotecarme de por vida, sólo 30 años más tarde, por un piso de 58m2, cuatro veces más caro que el de 90m2 de mi madre…, sigo lidiando con los dichosos rinconcitos.

En diferentes etapas de mi vida sola, en pareja y cuando la familia ha ido creciendo, he tratado –por este orden- de ignorarlos, negarlos, rechazarlos, luchar contra los más accesibles (para luego crear otros menos visibles consciente o inconscientemente: “¿de dónde ha salido este? Ah sí, de aquel rincón que limpié la semana pasada…¡puf!”); he intentado incluso decorarlos, apañarlos, re-estructurarlos o –ya recientemente, en una etapa en la que hasta he vuelto a creer en las hadas- he querido hacerlos desaparecer con la varita mágica de mi hija pequeña.

Tanto esfuerzo y lo único que han hecho ellos por mí ha sido provocarme angustia, ansiedad, depresión, estrés, cabreos con mi pareja y con los pequeños (es asombroso lo rapidísimo que aprenden la dinámica de acumular en nuevos e insospechados rincones), refunfuños conmigo misma por no ser más ordenada o por no haber comprado un trastero o una casa más grande…

Vaya, que en muchos años (los casi 35 de mi vida) no he sabido qué hacer con ellos. Y ¿sabes qué? He decidido que, es cierto, no puedo cambiar el mundo, pero sí mi actitud ante él. Así, en lugar de recibir toda esa carga de negatividad y mala vibra de parte de mis rincones, he tomado la decisión de… hacerlos públicos y sondear opiniones 2.0.

No sé si esta iniciativa trata de dar un vuelco o un valor añadido a mis pequeños rincones domésticos, que –todo hay que decirlo- dibujan un paisaje acogedor, algo obstruyente, cotidiano y cambiante como la vida misma. O si más bien, con esta acción, sólo estoy intentando airear mis vergüenzas hasta que ya no tenga más remedio que ponerle fin a tanto sonrojo bochornoso, dejando de acumular cosas innecesarias –por no decir inútiles-, que si no nos han servido hasta ahora en 6 años y pico de convivencia, nunca más nos serán de utilidad, con toda seguridad.

De este modo, tras mi renovada determinación de cambiar de rumbo, os presento mi nueva colección de primavera titulada “paisajes domésticos: los dichosos rincones”.


Y la cuestión es que miro las fotos y me pregunto qué haría yo sin mis rincones. Parece que no, pero qué vida dan a la casa, qué alegría y colorido... Y qué juego dan en la, a menudo, monótona dinámica de las relaciones familiares. Es un aspecto tan intrínseco de las discusiones familiares, un lazo de unión tan íntimo de generación en generación…

Es posible que hasta nos recuerden nuestros orígenes nómadas. Aunque también pienso que lo que son es un fiel reflejo de la sociedad consumista actual (tirando balones fuera) o, ya a nivel individual y con toda mi responsabilidad (y la de quienes ahora me rodean: sigo pasando la patata caliente), de lo poco que tengo trabajado el desapego material y relacional.

Mira tú si dan de sí los dichosos rinconcitos… ¡me van a servir hasta de terapia!